Su historia entre los abanicos y largos trajes de satín partió cuando apenas tenía 18 años, con una invitación a un movimiento estético y disruptivo, que luego terminó en esa revolución llamada Loco Mía.
Esa experiencia no solo marcaría el fin de su adolescencia, sino también el empujón para elegir al mundo del arte en todas sus versiones. Pero como no siempre la vida es color de rosa, Francesc Picas debió afrontar duros momentos personales para reencontrarse con un presente feliz.
Hoy, Francesc entierra para siempre la sombra de ser un ex Loco Mía. Porque cuando la pasión es real, no muere; solo tarda en aflorar. Y el arte lo salvó del abismo de la frivolidad y de lo efímero de una moda. Ya no viste pesados trajes ni lleva hombreras y botas estrafalarias, y mucho menos usa los célebres abanicos. Ya no sabe de rutinas extenuantes, sacrificios ni explotación. Debieron pasar 24 años para volver a ser el protagonista de su vida.
¿Qué fue lo que más le costó? le preguntan en una entrevista. «Después de Loco Mía y después de toda esa vorágine, volver a tener fuerzas y alegría de vivir. O sea, me costó mucha paz interna. Volver a creer en mí» dice Fransesc, contando que luego de una larga búsqueda entre la música y la propia vida, comenzó sus estudios de Psicología.
«Recuperé una vida como si hubiera sido un paréntesis y busqué una alternativa a todo eso que había vivido, porque si no la gente no podía entender cosas como que yo trabaje, porque se acabó el dinero durante ese tiempo. Y después yo, para pagarme los estudios, me puse a trabajar por ejemplo de portero de noche en una residencia de gente mayor. Era incompatible que yo hubiera estado en América triunfando y que luego estuviera, al cabo de unos años, ahí, trabajando de portero«, confiesa el catalán. «Yo lo podía vivir porque era consciente de lo que estaba haciendo y por qué lo estaba haciendo, pero a la gente eso le parecía completamente extraño, y se preguntaban qué había pasado en mi vida como para que hubiera acabado de esa manera», agregó.
¿Que si lo sintió como un fracaso? Sí. «Era como un fracaso. Y no quería convivir con la duda que tuviera el de enfrente. Yo sabía si era fracaso o no, o qué dimensión o qué lugar ocupaba esa nueva versión de mi vida, pero no quería que los otros tuvieran el derecho de opinar. Entré en esa vida, acabé mi carrera. En esa misma residencia, por ejemplo, después fui el psicólogo», declara.