Un niño llamado John Francis Bongiovi Jr. tenía 7 años cuando su madre le regaló una guitarra y lo manda a tomar clases. A John no lo convence mucho ese instrumento y no le encuentra atractivo hasta que lo arroja por una escalera y descubre que hay un sonido atronador. En algún lugar de su cabeza empieza a cobrar forma la idea de ser el cantante de una banda de rock and roll.
Pasaron seis años para que se amigara con la música. Tomó clases de piano y guitarra, y a los 15 ya se había definido como cantante y armó su primer grupo, Raze, con el que se presentaba en bailes escolares. Al poco tiempo, los sentó a sus padres y les dijo que no iba a estudiar, que su destino era ser una estrella de rock. Con Atlantic City Expressway ya hizo un poco más de ruido en su Nueva Jersey, pero cerca de los 20 sintió que había que tomárselo más en serio. Cuando la rutina laboral se lo permitía, John Bongiovi escribía canciones y su cabeza volaba cada vez más alto. Se imaginaba cómo podía unir la lírica urbana y el sonido elegante y rústico de su admirado y coterráneo Bruce Springsteen con la potencia hard rockera que empezaba a imponerse, sin ponerse colorado si había que tomar algún giro popero y apelando a los estribillos propios del rock de estadios para levantar a las multitudes.
Una de sus canciones se destacaba por encima del resto y no era casualidad, ya que de alguna manera marcaría el estilo de los grandes éxitos del grupo que se iba a llamar Bon Jovi. Escrita en colaboración con George Karac, “Runaway” contaba la historia de una chica que había dejado la casa de sus padres y se la rebuscaba para sobrevivir en la vida marginal de la ciudad.
“Es 1983 y un joven con pinta de punk entra a una estación de radio. Agarra al DJ por el cuello y le dice ‘tengo los acordes correctos y una melodía cool. Si me haces el favor, en tres minutos y treinta segundos vas a ver a una estrella de rock and roll’”.“Runaway” sonó en todo el verano de 1983. Tenía un riff de sintetizador que le daba aires de modernidad, una letra que podía identificar a los chicos y, sobre todo, a las chicas rebeldes de la época y un falsete que potenciaba el atractivo de su líder y del que después se iba a arrepentir.