Ganador de importantes premios internacionales en los últimos años y emprendedor que ha logrado posicionar a Osorno en el mapa vitivinícola a nivel Mundial, Rodrigo Moreno ha logrado lo impensado. ¿Quién iba a creer hace algunos años que en Osorno pasaríamos de praderas, ganado vacuno y algunos otros cultivos frutícolas a tener vides productoras de vinos de exportación?
Este ingeniero agrónomo se lo propuso. Hace años llegó a Osorno detrás de su hijo. Tras experiencias en diversos rubros en Santiago y Viña del Mar, se dedicó a su carrera en empresas de la zona, hasta que apareció Ribera Pellín, un vino espumante –erróneamente conocidos en Chile como “champaña”- que ha salido a todo el Mundo a conquistar los más sofisticados paladares.
“Ribera Pellín es un espumante que nace en Osorno en relación a otros suelos que se ven en lugares como Nueva Zelandia, donde uno ve una viticultura de calidad, de vinos de cien dólares y más. Entonces, con unos amigos y un par de primos de la zona pensamos hacer un ensayo con viñas de ciclo corto, que son las que se cultivan en zonas frías, pero sin ser muy ambicioso. Era solo probar algo distinto”.
Pero se las cosas llegan cuando y como tienen que llegar. Rodrigo reconoce que para un emprendedor el final del camino nunca está definido. “Uno se plantea un objetivo, un camino, pero llega a lugares insospechados. Yo me vine al sur a plantar arándanos, me vine a hacer vida familiar. Pero terminé en esto. A pesar de que me tocó pasar por hartos espacios. Planté arándanos, frambuesas, fui gerente de Framberry un tiempo, me tocó ver algo de las cerezas cuando entraron, pero me apasioné por la viticultura”, comenta.
Y, de hecho, pasó por las más variadas experiencias a lo largo de su carrera. Y no todas relacionadas a su carrera de agronomía. Mucho menos a la vitivinicultura. Qué va. “Antes de entrar a la universidad fui productor de televisión. Me pagué los estudios con esa pega. Trabajaba en los veranos en la playa, cuando los matinales se iban a hacer el Festival de Viña. También trabajé un tiempo en Kamikaze administrando mientras estudiaba. Cuando ya estaba en la universidad y quise hacer algo con la agronomía formé una empresa de bonsái. Empecé a producir muchos bonsái, pero era un rollo venderlos y criarlos, porque toman mucho tiempo. Al final los incorporé en diseño de jardines o se los arrendaba a empresas. Pero se volvía super complejo, porque tenía que estarlos cambiando cada un mes. Así que eso no prosperó. Antes de titularme me fui a Europa un año haciendo mi tesis de grado. Allá diseñé jardines en la Villa Las Rosas de Madrid, trabajé de tramoya en una teleserie de Antena 3 que se llamaba ‘Pantano’ y le fue pésimo. Después volví, tuve a mi hijo que después se fue a Osorno. Me fui detrás de él y formé una empresa de importación de maquinaria agrícola post cosecha, líneas de embalaje y ahí me empecé a relacionar con los arándanos. Pero me tocaba estar mucho en Santiago y yo ya quería salir de Santiago. Saqué mi parte y mis comisiones, compré una parcela, planté arándanos. Pero fue justo cuando venía la baja del arándano. La verdad es que fue pura pérdida. Pero recorrí harto San Pablo y San Juan de la Costa buscando gente para las cosechas, haciendo política empresarial, porque había que hacer la ser la mejor opción para cosechar. Era un tema” relata.
Así, dejándose llevar por el destino y nunca renunciando al sur que lo había acogido, de repente llegó la idea loca de hacer vinos. “Me hice viticultor en el ejercicio a través de los años aplicando la fruticultura, haciendo cursos. Me especialicé sí en el sur de Chile en suelos volcánicos. Porque los suelos del sur son muy diferentes al resto del Mundo y muy diferentes también a lo que conocemos en la zona central. Son suelos singulares, sureños, con mucho contenido de cenizas volcánicas evolucionadas y no tan evolucionadas, coluvio-aluviales, etcétera. Eso le entrega esos toques minerales singulares a los mostos. Eso es muy apetecido y muy buscado también a la hora de emplazar viñas en el Mundo”.
Junto al equipo de amigos y primos que lo seguían en la locura, se dieron cuenta que podían aprovechar la ladera sin ocupar de un campo lechero de San Pablo, al costado del río Pilmaiquén. Tras casi una década esperando que crezcan las vides, empezó el juego.
“Nos asociamos con distintos enólogos de Chile buscando distintos productos, buscando distintas fórmulas desde naturales hasta muy técnicos. Hicimos una cantidad de experimentos que ni te imaginas. Estuvimos, primero, diez años tratando de sacar un vino y, cuando lo sacamos, de inmediato notamos que era singular y que tenía ciertos toques. Así que empezamos a hacer algunos productos relacionados con esa personalidad que daban los mostos en la zona”.
Y los experimentos resultaron. Así nació “Ribera Pellín”, vino que a poco andar llegó a ser el mejor espumante de Chile por dos años, vino revelación por dos años, mejor espumante de Chile en Estados Unidos y mejor espumante de Chile Tim Atkin. Todos, premios para un vino de Osorno. Quién lo diría.
“Estos vinos espumosos de zonas frescas, zonas de clima frío tipo la Champaña en Francia, entregan singularidades que ni siquiera los vinos de Champaña tienen. Son diferentes, pero tienen esa acidez punzante, esa fermentación en botella de siete años donde toma esas texturas de pan francés, de levadura, que al final lo hacen una sinfonía de sabores en la boca al poder catarlo”.
Pero Rodrigo Moreno no se marea con tanto premio y reconocimiento. Sabe que la vida de un emprendedor no es fácil y sus experiencias se lo han demostrado en la carne. ¿Cómo, entonces, gestionar el fracaso de un emprendimiento? “Es importante ser flexible con nuestras ideas. Ser flexible en el camino que uno toma. No ser tan rígido. No significa que uno no sea perseverante, pero hay que saber tomar decisiones en el momento clave. Y cuando una idea no funciona o va por mal camino es súper difícil tomar esa decisión de abandonarla. Y esa es la decisión que muchas veces hace la diferencia. Y esa es la que hay que estar preparado para tomar y volver a rearmarse”, responde.
Y sí. Es evidente que a ningún emprendedor le va a resultar fácil asumir que la idea por la cual se la jugó todo simplemente no funcionó. ¿Cómo saber, entonces, cuándo es hora de echar para atrás? “Cuando lo empiezas a pasar mal”, dice enfático. “Creo que tiene mucho que ver con la sensación, con el ánimo. Porque uno emprende porque tiene una idea, porque está motivado, porque está feliz. Trabajar no significa necesariamente cansarse y estar triste. No significa pasarlo mal. Significa que uno está poniendo un esfuerzo en un objetivo que uno se plantea, pero cuando lo empiezas a pasar mal y viene ese momento en que te está costando llegar a los objetivos planteados para la semana, para el mes, para el trimestre. Esa ya es una señal para empezar a reinventarse. Para ver cómo salir lo mejor parado posible del emprendimiento y tomar la decisión en ese momento”.
REVISA LA ENTREVISTA COMPLETA AQUÍ: